Mitos: la carne roja y su efecto sobre el cáncer
La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, en sus siglas en inglés) de la OMS difundió los resultados de su evaluación de la carcinogenicidad (capacidad de causar cáncer) de la carne, dictaminando que la carne procesada es cancerígena para los seres humanos y que la roja es probablemente cancerígena.
Aunque esta clasificación de la OMS implica solo el reconocimiento de una capacidad potencial de causar cáncer sin considerar su grado o intensidad, la difusión del mensaje de que la carne causa o puede causar cáncer generó numerosos malentendidos y una gran polémica. Los medios no supieron explicar bien el mensaje, no especificando qué consumo era el potencialmente peligroso. Actualmente todavía continúa generando muchas dudas en la población general y sobre todo en las personas en tratamiento.
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¿Hay que eliminar la carne roja durante el tratamiento oncológico?
La respuesta es no, no hay que eliminar la carne roja de la alimentación. Las agencias de salud recomiendan un consumo de carne de tres a cuatro veces por semana, y de estas una o dos raciones (100-125 gramos por ración) pueden ser carne roja (ternera, cordero o potro). Priorizar siempre sus partes más magras, retirando la grasa visible y limitando su ingestión cuando se presenta procesada, es decir, en forma de salchichas, hamburguesas o embutidos, porque tiene un contenido más alto en grasa y sal.
Aun así, el consumo de carne y carne roja es opcional, puesto que podemos obtener sus nutrientes siguiendo una alimentación suficiente y variada que incluya carnes magras (pollo, pavo, conejo, magro de cerdo), pescado y marisco y/o huevos.
No hay que olvidar que la carne, y por extensión la carne roja, es una excelente fuente de proteínas de alta calidad (básicas para reparar y regenerar los tejidos), minerales como el cinc y el hierro (imprescindible para el buen transporte de oxígeno celular y el buen mantenimiento de las defensas, que acostumbran a disminuir a causa del tratamiento), vitaminas del grupo B entre las cuales están la B6 y la B12 (necesarias para el buen funcionamiento del sistema nervioso, inmunitario y sanguíneo) y la vitamina K.
Es importante que durante el tratamiento, el organismo se encuentre correctamente nutrido, asegurando un adecuado aporte proteico, puesto que es muy fácil desarrollar algunas carencias nutricionales. Asimismo, una buena nutrición facilitará que la recuperación del organismo de la persona afectada sea más rápida y efectiva.
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Contenido adaptado de la guía: Mitos y creencias sobre alimentación durante el tratamiento del cáncer, de la Fundación Alícia
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